El 22 de junio se celebra el día europeo de la música.
Los hay para todos los gustos.
Y es que ningún acorde musical nos deja indiferentes. Incluso nada más nacer, la música tiene el poder de modificar nuestras constantes vitales: la tasa cardiaca, respiración, transpiración y otras funciones reguladas de forma automática.
No es extraño que muchas personas la utilicen para alcanzar el equilibrio físico y psicológico.
Entre otras muchas cosas, el saber popular atribuye a la música la capacidad de amansar a las fieras.
También nuestra especie se tranquiliza cuando escucha música relajante.
Los efectos terapéuticos de escuchar música se han atribuido en gran parte a su capacidad para reducir el estrés y modular los niveles de excitación.
Escuchar ‘música relajante’ (con ritmo lento, sonidos graves más que agudos y sin letra) se ha demostrado que reduce el estrés y la ansiedad, según un artículo publicado en Trends in Cognitive Sciences.
Según los autores del estudio, la música “mejora la salud y el bienestar a través de los sistemas neuroquímicos de recompensa, motivación y el placer; los que regulan el estrés y la excitación; la inmunidad; y la filiación social”.
Además, escuchar música antes de las intervenciones médicas dolorosas, como la cirugía, reduce moderadamente la necesidad de sedación y analgésicos así como el dolor, gracias la capacidad de las melodías para distraernos o modular el estado de ánimo.
El aspecto más conocido de la música, sin embargo, por el que nos gusta oírla, es su capacidad para evocar emociones, como alegría, tristeza, miedo, tranquilidad o tranquilidad. Un aspecto del que se ha servido el cine ya desde sus inicios, cuando aún era mudo, para realzar la fuerza de las imágenes. Una película sin banda sonora no es tan impactante. De hecho, las principales razones para escuchar música que esgrime la mayoría de la gente, se refieren al impacto emocional que nos provoca y su capacidad para regular nuestras emociones.
Y es que el placer musical está estrechamente relacionado con excitación emocional que sentimos en cada momento. Incluso puede evocarnos emociones contradictorias, como felicidad y tristeza.
La música nos une
Casi todo el mundo tiene una melodía asociada a una persona especial o a un momento concreto. El motivo es que la música parece desencadenar la secreción de oxitocina, una pequeña proteína implicada en el establecimiento de vínculos materno-filiales, sociales o relaciones de pareja. Se la conoce como hormona del amor y también de la confianza. No en vano uno de los objetivo del día mundial de la música es unir a los pueblos a través de sus distintas músicas. Porque la música es ante todo, un sistema de comunicación emocional.
Y es que “las actividades sincronizadas, como la música, danza o la marcha, durante mucho tiempo se ha sabido que fomentan sentimientos de conexión social, confianza interpersonal y vinculación. Muchas actividades humanas y animales son rítmicas: caminar, hablar, aplaudir, bailar, mecer a un bebé o la actividad sexual. Y las actividades rítmicas realizadas por grupos de personas tienden a ser sincrónicas, reflejando una coordinación social”.
A favor del papel de la oxitocina en la creación de lazos mediante la música hay algunos estudios. Entre ellos, el que indica que una clase de canto de treinta minutos aumenta la concentración de esta hormona en sangre tanto en cantantes aficionados como profesionales. Pero incluso quienes escuchan pasivamente una melodía durante treinta minutos después de someterse a una intervención quirúrgica experimentan un incremento de esta hormona que ayuda a modular el estrés.
Neuronas al son de la música
Al parecer, la capacidad de la música para regular el estrés, la excitación y las emociones se debe a que provoca respuestas reflejas en el tronco del encéfalo, una parte del cerebro muy primitiva encargada del control de funciones automáticas. Así la música modula la frecuencia cardiaca, el pulso, la presión arterial, temperatura corporal, conductancia de la piel y tensión muscular. Los acordes estimulantes producen aumentos en las constantes cardiovasculares, mientras que los relajantes las disminuciones, algo que ocurre incluso en recién nacidos.
La clave de que la música nos estimule o relaje reside en el tempo: las melodías lentas, con pausas, se asocian a una disminución en el ritmo cardíaco, la respiración y la presión arterial, mientras que la música más rápida incrementa estos parámetros. Y es que la música no sólo nos hace movernos a nosotros al son que nos tocan. También nuestras neuronas se activan al ritmo de la melodía y tiende a “disparar” sus “salvas químicas” en sincronía con el tempo de la música que escuchamos.
De ahí que ante una música rápida se aceleren las constantes reguladas por las neuronas del tronco del encéfalo, que se apresuran. Mientras que ante músicas relajantes, las neuronas “se lo toman con más calma” y nuestras constantes se apaciguan.
Además, la música estimulante incrementa los niveles de cortisol en sangre (la hormona que regula el estrés, la hormona del crecimiento y los niveles de noradrenalina, entre otros. Aunque las preferencias individuales respecto al tipo de música también influyen.
Y escuchar música mientras trabajamos, ayuda a combatir el estrés que genera nuestra tarea profesional. De hecho, contribuye más a mantener la tasa cardiaca y la presión arterial en valores saludables que si se trabaja en silencio.
Pero por qué nuestro cerebro responde a la música variando las constantes vitales. “La música comúnmente clasificadas como “estimulante” imita sonidos de la naturaleza, como las llamadas de alarma de muchas especies, que potencialmente señalan importantes eventos (por ejemplo, sonidos fuertes con inicio repentino y un motivo de repetición corto). Curiosamente, el afecto positivo y la anticipación de recompensa también se han asociado con este tipo de sonidos. Esto, a su vez, aumenta la excitación simpática (frecuencia cardiaca, pulso, conductancia de la piel y respiración). Por el contrario, la música relajante imita los sonidos naturales calmantes, como las vocalizaciones maternas, el ronroneo y los arrullos (sonidos graves suaves y envolventes), que disminuyen la excitación simpática”.
Efectos sobre la salud
Un pequeño número de estudios apunta a que la música potencia el sistema inmune y tiene propiedades antiinflammatorias. Pero además, la capacidad de la música para regular el eje hipotalámico–pituitario (el que pone en marcha la respuesta asociada al estrés), el sistema nervioso simpático (que regula la respiración, tasa cardiaca y tensión arterial) y el sistema inmunitario, tiene importantes implicaciones en la regulación del metabolismo y balance energético, según un artículo aparecido a finales del año pasado en la revista “Nutrition”.
Al parecer, la música tiene un papel importante en la recuperación metabólica frente al estrés, la regulación de la motilidad gástrica e intestinal, la moderación de síntomas gastrointestinales relacionados con el cáncer y el aumento del metabolismo de lípidos y la eliminación del ácido láctico (que produce las agujetas) durante el ejercicio, así como en la recuperación posterior.
Afortunadamente, para disfrutar de la música sólo es necesario dejarse llevar. Todos los beneficios llegan de forma gratuita. Y por cierto, que educar musicalmente el oído tiene también ventajas notables. Las personas que tocan algún instrumento musical (no olvidemos que la voz –el canto- también es un instrumento) afinan su oído. Y dado que el procesamiento del lenguaje y de la música tiene lugar en las mismas estructuras del cerebro, se benefician también otras habilidades como la lectura o la capacidad para escuchar una conversación con ruido de fondo, cualidades importantes para el progreso académico, la salud emocional y el éxito profesional. Por lo que en cierta medida puede decirse que la práctica regular de música nos hace, en algún aspecto, más inteligentes.
El aspecto más conocido de la música, sin embargo, por el que nos gusta oírla, es su capacidad para evocar emociones, como alegría, tristeza, miedo, tranquilidad o tranquilidad. Un aspecto del que se ha servido el cine ya desde sus inicios, cuando aún era mudo, para realzar la fuerza de las imágenes. Una película sin banda sonora no es tan impactante. De hecho, las principales razones para escuchar música que esgrime la mayoría de la gente, se refieren al impacto emocional que nos provoca y su capacidad para regular nuestras emociones.
Y es que el placer musical está estrechamente relacionado con excitación emocional que sentimos en cada momento. Incluso puede evocarnos emociones contradictorias, como felicidad y tristeza.
La música nos une
Casi todo el mundo tiene una melodía asociada a una persona especial o a un momento concreto. El motivo es que la música parece desencadenar la secreción de oxitocina, una pequeña proteína implicada en el establecimiento de vínculos materno-filiales, sociales o relaciones de pareja. Se la conoce como hormona del amor y también de la confianza. No en vano uno de los objetivo del día mundial de la música es unir a los pueblos a través de sus distintas músicas. Porque la música es ante todo, un sistema de comunicación emocional.
Y es que “las actividades sincronizadas, como la música, danza o la marcha, durante mucho tiempo se ha sabido que fomentan sentimientos de conexión social, confianza interpersonal y vinculación. Muchas actividades humanas y animales son rítmicas: caminar, hablar, aplaudir, bailar, mecer a un bebé o la actividad sexual. Y las actividades rítmicas realizadas por grupos de personas tienden a ser sincrónicas, reflejando una coordinación social”.
A favor del papel de la oxitocina en la creación de lazos mediante la música hay algunos estudios. Entre ellos, el que indica que una clase de canto de treinta minutos aumenta la concentración de esta hormona en sangre tanto en cantantes aficionados como profesionales. Pero incluso quienes escuchan pasivamente una melodía durante treinta minutos después de someterse a una intervención quirúrgica experimentan un incremento de esta hormona que ayuda a modular el estrés.
Neuronas al son de la música
Al parecer, la capacidad de la música para regular el estrés, la excitación y las emociones se debe a que provoca respuestas reflejas en el tronco del encéfalo, una parte del cerebro muy primitiva encargada del control de funciones automáticas. Así la música modula la frecuencia cardiaca, el pulso, la presión arterial, temperatura corporal, conductancia de la piel y tensión muscular. Los acordes estimulantes producen aumentos en las constantes cardiovasculares, mientras que los relajantes las disminuciones, algo que ocurre incluso en recién nacidos.
La clave de que la música nos estimule o relaje reside en el tempo: las melodías lentas, con pausas, se asocian a una disminución en el ritmo cardíaco, la respiración y la presión arterial, mientras que la música más rápida incrementa estos parámetros. Y es que la música no sólo nos hace movernos a nosotros al son que nos tocan. También nuestras neuronas se activan al ritmo de la melodía y tiende a “disparar” sus “salvas químicas” en sincronía con el tempo de la música que escuchamos.
De ahí que ante una música rápida se aceleren las constantes reguladas por las neuronas del tronco del encéfalo, que se apresuran. Mientras que ante músicas relajantes, las neuronas “se lo toman con más calma” y nuestras constantes se apaciguan.
Además, la música estimulante incrementa los niveles de cortisol en sangre (la hormona que regula el estrés, la hormona del crecimiento y los niveles de noradrenalina, entre otros. Aunque las preferencias individuales respecto al tipo de música también influyen.
Y escuchar música mientras trabajamos, ayuda a combatir el estrés que genera nuestra tarea profesional. De hecho, contribuye más a mantener la tasa cardiaca y la presión arterial en valores saludables que si se trabaja en silencio.
Pero por qué nuestro cerebro responde a la música variando las constantes vitales. “La música comúnmente clasificadas como “estimulante” imita sonidos de la naturaleza, como las llamadas de alarma de muchas especies, que potencialmente señalan importantes eventos (por ejemplo, sonidos fuertes con inicio repentino y un motivo de repetición corto). Curiosamente, el afecto positivo y la anticipación de recompensa también se han asociado con este tipo de sonidos. Esto, a su vez, aumenta la excitación simpática (frecuencia cardiaca, pulso, conductancia de la piel y respiración). Por el contrario, la música relajante imita los sonidos naturales calmantes, como las vocalizaciones maternas, el ronroneo y los arrullos (sonidos graves suaves y envolventes), que disminuyen la excitación simpática”.
Efectos sobre la salud
Un pequeño número de estudios apunta a que la música potencia el sistema inmune y tiene propiedades antiinflammatorias. Pero además, la capacidad de la música para regular el eje hipotalámico–pituitario (el que pone en marcha la respuesta asociada al estrés), el sistema nervioso simpático (que regula la respiración, tasa cardiaca y tensión arterial) y el sistema inmunitario, tiene importantes implicaciones en la regulación del metabolismo y balance energético, según un artículo aparecido a finales del año pasado en la revista “Nutrition”.
Al parecer, la música tiene un papel importante en la recuperación metabólica frente al estrés, la regulación de la motilidad gástrica e intestinal, la moderación de síntomas gastrointestinales relacionados con el cáncer y el aumento del metabolismo de lípidos y la eliminación del ácido láctico (que produce las agujetas) durante el ejercicio, así como en la recuperación posterior.
Afortunadamente, para disfrutar de la música sólo es necesario dejarse llevar. Todos los beneficios llegan de forma gratuita. Y por cierto, que educar musicalmente el oído tiene también ventajas notables. Las personas que tocan algún instrumento musical (no olvidemos que la voz –el canto- también es un instrumento) afinan su oído. Y dado que el procesamiento del lenguaje y de la música tiene lugar en las mismas estructuras del cerebro, se benefician también otras habilidades como la lectura o la capacidad para escuchar una conversación con ruido de fondo, cualidades importantes para el progreso académico, la salud emocional y el éxito profesional. Por lo que en cierta medida puede decirse que la práctica regular de música nos hace, en algún aspecto, más inteligentes.
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